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Inspirados en nuestro amigo y maestro, nuestro amado perro gran danés Satori, nacen estas historias llenas de paradojas y enseñanzas. A continuación podrán encontrar algunos de los relatos del libro que estamos creando en homenaje a su amorosa y perruna presencia. 

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El Techo Hogan

En el Bosque Satori, el monasterio zen dirigido por un curioso gran danés, se encontraba un salón de meditación muy especial. En el techo se alzaba un techo Hogan de siete pisos, construido con madera y decorado con hermosos diseños.

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Un día, una discípula llamada Maya se acercó a Satori y le preguntó sobre el significado del techo. Satori, con su mirada tranquila, le respondió con una sonrisa:

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—Cada piso representa un nivel de conciencia que puedes alcanzar a través de la meditación y el autoconocimiento.

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«El primer piso representa la conciencia sensorial, donde aprendes a estar presente en el momento y a percibir el mundo a través de tus sentidos. El segundo piso es la conciencia emocional, donde exploras tus emociones y aprendes a liberarte de su influencia», explicó Satori.

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«El tercer piso es la conciencia mental, donde te vuelves consciente de tus pensamientos y aprendes a liberarte de la mente condicionada. El cuarto piso es la conciencia intuitiva, donde te conectas con tu sabiduría interior y con la guía del universo», continuó Satori.

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«El quinto piso representa la conciencia espiritual, donde te das cuenta de tu verdadera naturaleza y tu conexión con todo lo que existe. El sexto piso es la conciencia cósmica, donde te vuelves uno con el universo y experimentas la unidad de toda la creación», dijo Satori.

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Maya quedó maravillada con las palabras de Satori y preguntó: «¿Y cuál es el séptimo piso, maestro?». Satori sonrió aún más y respondió: «El séptimo piso es una cúpula transparente que representa la comprensión de que todos los pisos son ilusiones, simplemente escalones que te llevan a la cima de la montaña, donde te das cuenta de que siempre has estado en la cumbre».

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Al escuchar estas palabras, Maya tuvo una epifanía.

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El languetazo

En un monasterio zen rodeado de exuberante naturaleza, el maestro Satori, un gran danés imponente y sabio, guiaba a sus discípulos hacia la comprensión más profunda de la existencia. Un joven llamado Kenji, lleno de entusiasmo y fervor, buscaba incansablemente la iluminación.

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Un día, durante una intensa sesión de meditación, Kenji, atormentado por sus pensamientos, se acercó a Satori en busca de respuestas.

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Satori, con una mirada tranquila pero firme, le mordió inesperadamente la mano. El dolor repentino lo hizo retroceder, pero antes de que pudiera decir una palabra, Satori lo sorprendió con un languetazo amistoso en la mejilla.

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«¿Por qué me muerdes y luego me lames?», preguntó Kenji desconcertado.

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Satori respondió enigmáticamente: «Así es la naturaleza de la existencia. En un instante, la vida puede mostrarte su lado severo y compasivo. El dolor y la dulzura coexisten en la danza del ser».

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La lección caló hondo en el corazón de Kenji. Comprendió que la vida abrazaba la dualidad de lo amargo y lo dulce, la luz y la oscuridad. A través de esa experiencia, Satori le recordó la paradoja de la existencia y la importancia de abrazar todas sus facetas sin resistencia ni juicio.

El regalo

Un día, mientras Ryu caminaba por los senderos de la naturaleza, se encontró con algo inesperado: una pila de excrementos. Sorprendido, se detuvo. Sabía que provenían de su maestro, Satori.​ Confuso, Ryu pensó: «¿Cómo puede un maestro tan sabio dejar algo tan asqueroso?». En ese instante, Satori apareció silenciosamente detrás de él, con una sonrisa serena.

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—Ryu —dijo Satori—, ¿qué ves?

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Ryu, aún perplejo, respondió con honestidad:

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—Maestro, veo caca. No entiendo qué enseñanza puede haber aquí.

 

Satori se acercó y, sin perder su sonrisa, habló:

 

—La caca es el recordatorio perfecto de que todo en la vida es transitorio. Lo que una vez fue parte de ti, ahora no lo es. La vida es así, Ryu: lo que hoy consideramos esencial, mañana lo soltamos. La verdadera sabiduría no está en lo espectacular, sino en aceptar lo mundano y efímero.

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Ryu quedó en silencio, aún procesando las palabras. Entonces Satori, con un brillo travieso en los ojos, agregó:

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—Y, además, Ryu... incluso la caca, cuando la dejas atrás, hace crecer flores.

 

Ryu no pudo evitar reírse. En ese instante comprendió que, en lo que la mayoría ve como desecho, siempre hay algo que florece. Desde entonces, cada vez que encontraba algo aparentemente insignificante, Ryu sonreía, sabiendo que, con la perspectiva adecuada, incluso lo más rechazable puede dar vida a lo más bello.

DALL·E 2024-07-14 14.04.44 - In the style of an ancient Japanese painting, depict a serene
DALL·E 2024-07-23 10.30.11 - In the style of Hiroshige, depict the scene in the Satori Mon

El banquete

En el monasterio de Satori, el Gran Danés maestro, había una antigua biblioteca llena de libros sagrados. Los discípulos acudían a ella en busca de conocimiento y sabiduría.Un día, Satori sorprendió a todos al ingresar en la biblioteca y comenzar a devorar los libros uno por uno.

 

Los discípulos, desconcertados, le preguntaron por qué lo hacía.Satori respondió: «El verdadero conocimiento no se encuentra en las palabras impresas, sino en el corazón que las comprende».Los discípulos no lo entendían, pero Satori continuó devorando libros.

 

Cuando terminó, se sentó en silencio.Los discípulos, intrigados, preguntaron qué había logrado.Satori sonrió y dijo: «La paradoja es que ahora los libros están dentro de mí, y yo estoy dentro de los libros».Los discípulos reflexionaron sobre esta enseñanza. Comprendieron que la verdadera sabiduría se encuentra en la experiencia directa de la vida y no en las palabras impresas.

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Una luz oscura

En una noche misteriosa, el Bosque Satori se sumió en una profunda oscuridad, iluminada solo por la tenue luz de la luna y las estrellas. Satori, el gran danés maestro zen, guió a sus discípulos hacia el corazón del bosque para una meditación nocturna especial.Los discípulos se sentaron en círculo alrededor de Satori, esperando sus palabras con anticipación. El silencio llenaba el aire, solo interrumpido por el suave murmullo del viento entre los árboles.

 

«Esta noche, vamos a explorar una paradoja que revela la esencia misma de la existencia», comenzó Satori con una voz profunda y calmada. «La paradoja es que, para encontrar la iluminación, primero debemos perdernos en la oscuridad».Los discípulos intercambiaron miradas de sorpresa y curiosidad. ¿Cómo podía la iluminación surgir de la oscuridad?Satori sonrió enigmáticamente y continuó: «La oscuridad representa nuestras sombras, nuestras dudas, nuestros miedos y nuestras limitaciones. Es en esos lugares de profunda oscuridad interna donde se esconde el verdadero tesoro de la iluminación».

 

Luego, Satori se levantó y caminó hacia un antiguo árbol, donde tomó un puñado de tierra. Con un gesto inesperado, esparció la tierra en el aire, creando una nube de polvo que flotó como un manto iluminado por la luz de la luna.«La vida es como este polvo en el aire», dijo Satori mientras el polvo danzaba a su alrededor. «Estamos atrapados en el juego de las formas, de las apariencias, creyendo que somos entidades separadas y distintas».Los discípulos lo observaban hipnotizados, asimilando la profunda enseñanza de su maestro.«Solo cuando nos sumergimos en la oscuridad, cuando nos enfrentamos a nuestras sombras y abrazamos nuestras imperfecciones, podemos comenzar a disolver la ilusión del ego separado», explicó Satori. «Es en el silencio y la quietud de la meditación donde podemos ver a través de la niebla de la mente y despertar a nuestra verdadera naturaleza».

 

En ese momento, una ráfaga de viento sopló por el bosque, moviendo las hojas de los árboles y llevándose el polvo que había creado Satori.«La paradoja es que, cuando dejamos de buscar, cuando nos perdemos en la oscuridad de la rendición, encontramos la luz que siempre ha estado dentro de nosotros», concluyó Satori.Los discípulos quedaron asombrados ante la profundidad de la enseñanza. Se dieron cuenta de que la iluminación no era una meta que alcanzar, sino un estado natural del ser que se revelaba al dejar ir todas las ideas preconcebidas y aceptar la plenitud de la existencia. Esa noche, bajo la luna y las estrellas, los discípulos meditaron en silencio, permitiendo que la paradoja de Satori los guiara hacia la comprensión y la paz interior. En ese instante mágico, se dieron cuenta de que la oscuridad y la luz, la pérdida y el encuentro, eran aspectos intrínsecos de la misma danza de la vida. Y en el núcleo de esa danza se encontraba la verdadera iluminación, en medio de una aparente profunda oscuridad.

Juegos efímeros

​Un día, mientras los discípulos meditaban en el jardín, una perra callejera entró en el recinto. Satori, en un acto inesperado, salió corriendo detrás de ella lleno de entusiasmo.

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Los discípulos, desconcertados, preguntaron: «¿Por qué Satori, un maestro tan sabio, persigue a una perra?».

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Al regresar con su lengua afuera, cansado pero feliz, Satori respondió con enigmáticas palabras: «Entregarse a lo efímero es una celebración de la impermanencia. Al perseguir a la perra encontré la libertad de no aferrarme».

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Los discípulos, desconcertados, no entendieron la enseñanza.

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DALL·E 2024-09-06 17.18.58 - A traditional ukiyo-e style illustration, heavily inspired by

El sueño
de la mariposa

Satori San, el abad del templo, solía observar y disfrutar de las mariposas que danzaban en el Bosque Satori. Un día, mientras meditaba, se sumergió en un sueño profundo.

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En su sueño, Satori se transformó en una mariposa multicolor y ligera. Voló libremente entre las flores y sintió la suave brisa acariciando sus alas. En ese estado onírico, Satori olvidó su forma canina y se sumergió por completo en la experiencia de ser mariposa.

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Al despertar, Satori miró a su alrededor y se dio cuenta de la maravilla de la dualidad: había sido mariposa en su sueño, pero seguía siendo Gran Danés. Comprendió que, al igual que la mariposa y el perro, todas las formas son ilusiones pasajeras en el sueño de la existencia.

DALL·E 2024-09-06 18.33.42 - An ukiyo-e style illustration inspired by Hiroshige, showing

Hecho trizas

En una luminosa mañana, un discípulo de Satori irrumpió en el salón de meditación exaltado y con una gran sonrisa en el rostro. «¡Maestro, he alcanzado la iluminación! He trascendido mi ego y me he liberado de todas las ilusiones», exclamó el discípulo con entusiasmo.

 

Satori, con su mirada serena, escuchó atentamente las palabras del discípulo y asintió con tranquilidad. «Es maravilloso que te sientas así, pero permíteme enseñarte una lección», respondió. Con un gesto misterioso, Satori invitó al discípulo a seguirlo hacia un rincón del salón donde se encontraba un espejo. «Mira profundamente en este espejo», indicó Satori. El discípulo se miró en el espejo, esperando encontrar la confirmación de su iluminación.».

 

Satori tomó el espejo con un movimiento rápido y preciso y lo lanzó con fuerza al suelo. El espejo se rompió en mil pedazos, dispersando la imagen distorsionada del discípulo. Este se quedó sorprendido y aturdido por la inusual acción de Satori.

 

—¿Por qué has roto el espejo, maestro? —preguntó desconcertado.

 

Satori sonrió compasivamente.

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—El espejo representa la ilusión del ego, y al romperlo, te invito a liberarte de las identificaciones falsas. La iluminación no es un reflejo en un espejo, sino la pérdida de todas las imágenes que el mundo grabó en tu mente. Quien eres no tiene forma y es inimaginable».

 

El discípulo quedó en silencio y una energía relampagueante se apoderó de él. Comprendió que su creencia en la iluminación era solo otra capa de ego que había construido para sentirse especial y superior. «Gracias, maestro. He comprendido mi error», dijo el discípulo con humildad. Satori asintió con gratitud y se marchó a saborear un hueso y una sopa de pelet. El discípulo se sumió en la meditación, sentado en un zafu, contemplando los fragmentos dispersos del espejo, que, como su mente, se había roto en mil pedazos, revelando el perfume del silencio.

El ladrón

Uno de los discípulos del templo, llamado Akira, perdió su hueso favorito, el cual solía enterrar cuidadosamente tras cada comida. Desesperado, buscó por todo el templo, pero el hueso no aparecía.

 

Convencido de que su compañero, Kenji, lo había robado, empezó a mirarlo con desconfianza. Cada vez que Kenji caminaba, hablaba o movía sus patas, todo le parecía sospechoso. Estaba seguro: Kenji había robado el hueso.

 

Durante todo el día, la sospecha creció. Sin embargo, al atardecer, mientras escarbaba en su rincón habitual del jardín del templo, Akira encontró el hueso enterrado en el mismo lugar donde él mismo lo había dejado y olvidado.

 

Al día siguiente, cuando volvió a mirar a Kenji, ya no le parecía para nada un ladrón. Satori, el Gran Danés, observaba la situación en silencio y, con una sonrisa, comentó:

 

—No es lo que vemos, sino lo que pensamos, lo que nos engaña.

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El distractor

En el templo del Bosque Satori, los discípulos estaban sumidos en su meditación diaria. Todo era calma y silencio, hasta que un pequeño ratón irrumpió en la sala, corriendo entre los pies de los meditadores. La concentración de los discípulos se vio perturbada, y aunque intentaban no reaccionar, algunos no podían evitar abrir un ojo y seguir al travieso roedor.

 

Satori, el gran danés zen, observaba desde su zafu, imperturbable. Finalmente, con la calma que lo caracterizaba, se levantó. Sin prisa, empezó a seguir al ratón con pasos suaves pero seguros. El ratón corría frenéticamente, buscando escapar, pero Satori lo seguía a un ritmo tan pausado que resultaba casi cómico.

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Los discípulos, que esperaban ver una muestra de la sabiduría del maestro, observaban con curiosidad. Finalmente, el ratón se detuvo en una esquina, y Satori, con un gesto tranquilo, puso su pata sobre él... y, en lugar de atraparlo, simplemente lo dejó ir.

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Los discípulos no pudieron contenerse más y preguntaron:

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—Maestro, ¿por qué no atrapaste al ratón?

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Satori, con una sonrisa enigmática, respondió:

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—El ratón no es el problema, es nuestra mente la que lo persigue.

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Con el tiempo, el ratón se convirtió en un visitante habitual del templo. Corría entre los discípulos durante sus meditaciones, pero ya no les perturbaba. Los discípulos veían en cada visita del ratón una oportunidad para practicar la no distracción. El roedor, al ver que los meditadores permanecían tranquilos, indiferentes a su presencia, comenzó a perder el interés. Comprendió que ya no podía provocar reacciones, y un día, aburrido de que nadie lo persiguiera, el ratón decidió no volver más.

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